A nadie le pasa desapercibido que vivimos momentos de cambios.
Estamos inmersos en la cuarta revolución industrial, también llamada Industria 4.0.
Es una revolución del mundo tal y como lo conocemos.
Modificará la forma en que vivimos, trabajamos y nos relacionamos. Surgirán nuevos puestos de trabajo que todavía no existen y podría acabar con cinco millones de puestos de trabajo en los 15 países más industrializados del mundo.
Pero, ¿es esto algo nuevo? ¿acaso no está el mundo continuamente cambiando?
Ahora se considera revolución porque la digitalización de las empresas y los hogares se está produciendo a una velocidad increíble y de forma masiva, incluso en el mundo rural.
Pero quienes lo conocéis bien y seguís mi blog, sabéis cómo la vida en el campo es muy distinta desde hace mucho.
Tenéis constancia de tradiciones y costumbres que han desaparecido o sólo se recuerdan en fiestas de conmemoración. Incluso, recordáis personas y oficios que desaparecieron hace tantos años que los más jóvenes ni siquiera conocieron.
Tal es el caso, por ejemplo, de los santeros, oficio probablemente, totalmente desaparecido.
En Torrelapaja, la Casa de San Millán surgió como “hospital de beneficencia” para proveer de comida, salud, techo y resguardo del frío a los devotos peregrinos que acudían a venerar las reliquias de nuestro paisano San Millán.
Su labor social fue muy importante a lo largo de los siglos y todavía en el siglo XX se acogía y atendía a los necesitados, pobres y enfermos que acudían al pueblo.
Esta era la principal labor y encomienda del santero/a que vivía en ella que, junto con el capellán, también se encargaba del pesaje de los niños quebrados.
El santero era una persona importante y con un papel fundamental en la vida de la Casa de San Millán.
El primer santero del que tenemos constancia por los papeles de la administración de la Casa fue Antón Sánchez, allá por mitad del siglo XVI, existiendo probablemente este puesto de trabajo desde la fundación de dicha Casa y la última, Rosalïa Moreno, hasta casi mediado el siglo XX.
Existen sendos documentos de 1558 y 1561, en los que como auténticos contratos de trabajo, se detallan las obligaciones y derechos del santero y su mujer:
- debían hacer inventario todos los años de los bienes muebles y alhajas de la Casa;
- acoger bien y con caridad a los pobres que llegasen;
- tener las camas y habitaciones bien limpias y oreadas;
- si viniese un hombre con una mujer y no tuviesen acta de matrimonio les tenían que colocar en camas y habitaciones separadas;
- recoger, entregar y anotar las limosnas que los devotos les dieran y que en aquella época iban en aumento.
- También se especifica en dicho escrito que Antón Sánchez debía estar continuamente con su mujer y familia en la Casa del Señor San Millán al servir en ella de «santeros».
- El santero debía presentar anotaciones mes por mes y año por año de ventas, donaciones, préstamos, recibos, etc para que la «Casa-Hospital» sobreviviera.
- Por su parte, se les obligaba a los jurados y patrones (regidores y mayordomos) a dar de comer, beber, vestir, calzar y todo lo necesario a Antón Sánchez, su mujer e hija, sanos y enfermos por seis años y a darle 24 varas de paño, 24 varas de cáñamo, calcero, zapatos y 30 ducados.
- También se le daba a él autoridad sobre los mozos de labor, pastores, vigilantes, obreros y demás obreros y personal de la Casa.
El 19 de noviembre de 1603 se nombran y juran sus cargos nuevos santeros:
“Francisco Díez y Magdalena Lasheras, vecinos de dicho Lugar de Torrelapaja, a los cuales dan y asignan por partido, por tiempo de un año, veinticinco escudos y el calcero que hubieren menester para dichos dos y que a la tía santera se ha de dar dos pares de calzas y un mandil, dos tocados y no otra cosa ninguna y …. ellos se han obligado y obligan, juraron y de uso juran … de ser fieles y lealmente en el oficio y cargo de santeros y otorgan haber recibido las alhajas y bienes muebles, en cinco hojas atrás escritas, tenerlas y conservarlas como más bien pudieren y aumentar lo que más pudieren para servicio de dicha Casa y santo Hospital ,,,”.
Ya, en tiempos más recientes, tenemos constancia por nuestros mayores de cómo era la vida de estos santeros u hospitaleros.
La hospitalera vivía en el bajo de la Casa y disponía también de la cuadra contigua al corral, sin pagar renta por ello. A cambio tenía la obligación de cuidar de la Casa y atender a los pobres que llegaban.
Durante muchos años esta función fue desempeñada por la tiá Rosalia y cuando ella dejó el puesto, su casa la ocuparon otras familias, pero nadie más volvió a desempeñar este oficio.
Entre las tareas propias del cargo estaba la de llenar de paja el “pajar de los pobres”. Esta habitación se encuentra en el rellano de las escaleras grandes y servía de dormitorio a los transeúntes que, sin casa, comida y trabajo recaían en Torrelapaja durante algunos días en su camino hacia otros lugares.
Al anochecer les dejaba un candil en la puerta para que tuvieran algo de luz para desnudarse al irse a dormir. No lo metía dentro para que no hubiera ningún accidente con la paja y cuando veía que ya estaban acostados y tapados se llevaba el candil. Les aconsejaba encarecidamente que no hicieran fuego por el peligro que eso suponía.
Pasado un año, los hospitaleros sacaban la paja al cemaral y lo volvían a llenar con paja limpia, procedente de la nueva siega.
También tenía siempre lista agua caliente para que los indigentes pudieran poner los pies a remojo cuando llegaban muy cansados. Agua que calentaba en el mismo hogar, en medio de su cocina, donde aquellos mendigos se calentaban al calor de la lumbre.
No tenía obligación de darles de comer, tan sólo les hacía una sopa caliente con pan si traían, pero dado que no tenía un sueldo por su trabajo, no contaba con medios económicos para poder hacer más por ellos, que pedían y obtenían comida en el resto de casas del pueblo.
No es que llegaran muchos pobres, pero algunas temporadas, como los años de la guerra, sí que se notó un aumento notable.
La tiá Rosalia también se ocupaba de limpiar la luna (patio central porticado) y el pasillo que va desde la puerta principal hasta el corral.
Otra de las misiones de la hospitalera era cerrar la puerta de Casa San Millán a las 10 de la noche y aunque todos los vecinos tenían llave, en el caso de los mozos que volvían a casa más tarde de esa hora, muchas veces les tocó entrar por la ventanilla del callejón.
A lo largo de toda la geografía española han existido otros muchos santeros y santeras que con dedicación y entrega se ocuparon a lo largo de los años del cuidado de ermitas, santuarios y otros templos e iglesias. Vaya desde aquí mi reconocimiento y gratitud por su esfuerzo y profesionalidad en el desempeño de un oficio que suponía una gran labor social.
Si tienes constancia de algún santero que siga ejerciendo como tal o anécdotas sobre esta profesión, no dudes en dejar tu comentario en el apartado habilitado para ello más abajo.
Tus aportaciones son valiosas para recordar, no olvidar y hacer historia.
2 respuestas
Para todo lo que da la casa de San Millan!!
Que importancia y diversidad en un pueblo tan pequeño.
La pena es el estado en el que se encuentra.
Aunque poco a poco va mejorando.
Gracias a esos antepasados que lo han dejado todo tan bien detallado ahora podemos saber lo que sabemos.
Quien sabe si dentro de años alguien leerá todo esto que tu escribes ahora.
Tú, por si acaso, sigue haciendolo.👍👍
Muchas gracias. Nunca se sabe!!!