En el momento de escribir estas líneas nieva afuera.
Son copos grandes, sin agua.
Da gusto ver caer la nieve de forma tranquila y serena, sin viento y con tal consistencia que varios centímetros de un blanco manto cubren parques, jardines, árboles, coches y aceras.
Desde la ventana, no tan lejos, no se divisa el horizonte.
Es como si las plumas de un nórdico cayeran sin prisa, pero sin pausa.
“Nieva de bondad” que dirían en mi pueblo, Torrelapaja, ¡allí sí que antaño nevaba bien y eran duros los inviernos!
No hace tantos años, cuando yo era todavía un crio, recuerdo perfectamente cuando mi padre abría con la pala sendas en la nieve para poder salir de casa. Campos blancos, cual impresionante postal de navidad y frío, mucho frío.
Anécdota sobre el invierno en Torrelapaja
Unos años antes, cuando nació mi hermana Mayte, cayó una nevada impresionante.
Me contó mi tía Nati cómo, al poco de salir el tren de la estación de Torrelapaja, ya nevaba de manera copiosa y no paró en todo el trayecto hasta Calatayud. Allí fue a buscarla mi tío Pablo con su 600.
En Calatayud también había nevado lo suyo.
Un par de días después, mientras mi madre se quedaba allí con mi hermana, regresaron al pueblo mi tía, mi padre y mis dos hermanos mayores.
Avisaron para que el señor cura, Don José Antonio, que también tenía ya coche, un 2CV, fuera a recogerles a la estación.
Resultó que era fiesta en Berdejo, la Reliquia de San Millán, que se celebraba el tercer lunes de enero y cuando llegaron a la estación no estaba ni el cura ni el coche.
Estaba mi tío Martín con el carro que usaban mis padres para llevar los cántaros de agua desde la fuente a casa.
Con una manta de los pastores en el suelo del carro y unos mantones para tapar a mis hermanos, que eran pequeños, llegaron a casa calados hasta las rodillas, a consecuencia de la nieve acumulada en la carretera.
Invierno en los años 50 del siglo XX
Remontándonos todavía más, hasta mitad del siglo pasado, los recuerdos provienen de mis padres.
Los meses más duros eran diciembre y enero.
Por aquel tiempo empezaba a nevar para Santa Bárbara (4 de diciembre) y lo hacía hasta el mes de febrero inclusive, aunque había años que en dicho mes también hacía mucho sol.
En enero nevaba mucho, pero los peores orajes eran los de Navidad, cuando el tiempo es más corto y duraban más las tormentas de viento y nieve.
La calle “El Horno” quedaba intransitable, puesto que con el calor el deshilo del tejado creaba unos “chuzos” (carámbanos) impresionantes en los aleros y un pavimento deslizante. A ello había que añadir que a dicha calle no le da el sol en todo el día y que no se echaba sal en las calles.
Anécdota del invierno de 1956
Según los anuarios, el invierno de 1956 fue el más frío de toda la historia meteorológica española registrada.
El día 2 de febrero de ese año había un palmo de nieve y mi padre tenía que ir con el tió Sebastián, el pastor, al corral a echar de comer al ganado como cada mañana.
El corral estaba lejos del núcleo urbano.
El tió Sebastián fue a buscar a mi padre a casa, pero como todavía no estaba preparado se adelantó un poco.
Llegó hasta la esquina del pueblo y arredrado por el frío viento se volvió a su casa, pero no entró a avisar a mi padre que, llegando al molino, cegado por la “cillisca” (ventisca), no sabía qué hacer, si continuar hacia delante o volverse.
Finalmente, llegó como pudo al corral de la Umbría, pensando que el tió Sebastián ya estaba allí.
Ese año nevó mucho y estuvo todo el mes de febrero helando.
Pero ¿cómo transcurrían los duros días de invierno en el mundo rural?
En noviembre se comenzaba a recoger la remolacha, tarea que les tenía entretenidos varios meses.
Siempre había alguna «faena» (tarea) que hacer, como por ejemplo:
- hacer leña,
- hacer “costillas” (palos que se ponían en las colleras de los yugos de los machos),
- hacer mangos para las azadas o trabajar en los “ciemos” (revolver los “cemarales” que había fuera de los corrales para que se moliera la paja que se echaba).
- Otros días iban a arreglar las acequias o a
- hacer hogueras en el porche de la fragua para calentarse.
Los días que no se podía salir de casa los hombres tomaban el sol por las mañanas en la “Replaceta” o en las puertas del tió Pedro, el molinero, y el tió Hermenegildo y por las tardes iban al café.
Por las noches cada uno se estaba en su casa, salvo quienes al carecer de compañía en casa pasaban a la de algún familiar para hacer más amena la velada.
Los mozos, por la tarde, en el rellano de casa de San Millán iluminado por una bombilla, jugaban a las chapas.
Cuidado de los animales rurales en invierno
Quienes tenían ganado salían de casa en torno a las 9hs para darle de comer.
Echaban paja, esparceta y pienso a las ovejas y como no podían salir con ellas por la nieve se volvían a casa.
Después de comer las bajaban al río para que bebieran agua y les daban de comer otra vez.
Las caballerías no salían de casa y había que ir a la fuente “El Caño” para llevarles el agua a casa. Lo mismo para las mulas, vacas y resto de animales.
Otras labores en el frío invierno del mundo rural
Las mujeres tenían que ir a lavar al lavadero grande, aunque hiciera frío, con abrigo, guantes y pañuelo en la cabeza.
En casi todas las familias iban por lo menos de dos en dos.
Las casas estaban peor acondicionadas que ahora. No tenían calefacción y la única forma de calentarse era entorno al hogar o sentados a la mesa con un brasero de lumbre en la tarde-noche cuando se juntaban las familias a charlar y compartir los momentos del día.
El frío entraba por puertas y ventanas.
Las camas se calentaban con un calentador lleno de brasas, que se pasaba por las sábanas y abundantes mantas. El calor humano también ayudaba, ya que normalmente era preciso compartir cama.
En diciembre y enero se mataban los tocinos. Se hacían siempre dos matanzas, la primera para Santa Bárbara o Santa Lucía (13 de diciembre) y la segunda para Nochevieja/Año Nuevo. Quien mataba para San Antón (17 de enero) ya lo hacía con algo de retraso. Estas ocasiones eran momento de fiesta y reunión para las familias.
Para Santa Bárbara y Santa Lucía se hacía una hoguera en cada barrio (5 o 6) después de cenar. La de Santa Bárbara se alimentaba con aliagas y la de Santa Lucía con sabinas. Al terminar, había baile hasta las 12 de la noche. Para San Antón la hoguera era de leña y se quemaba en el camino de la fragua. Se cenaba sobre las 8 de la tarde puesto que ya era de noche.
Sigue nevando afuera, pero los testimonios y anécdotas de mis familiares más cercanos me transportan a otros tiempos y otro lugar, proporcionándome un reconfortante calor que es avivado por el cariño y la nostalgia.
Pensando en todo ello, me siento dichoso y feliz.
Primero por haber conocido una realidad que mucha gente desconoce y segundo porque, si aquellos antepasados a los que les tocó una vida mucho más dura fueron tan felices, ¿cómo no lo vamos a ser nosotros con las comodidades que tenemos en el siglo XXI?
Gracias, una vez más, por hacerme llegar vuestros comentarios y experiencias al leer, junto a nuestros mayores, cómo era la vida no hace tantos años.
Si quieres aportar más datos y anécdotas relacionadas con este post, es muy fácil, escribe tu comentario más abajo y estaré encantado de publicarlo.
13 respuestas
Gracias Carlos, por trasladarnos a otras épocas…. Casi podía sentir el chisporroteo del fuego.
Gracias Marta. Me encanta trasladarme primero para poder trasmitirlo
No me cuesta nada ver a nuestros antepasados tomado el sol en la replantea y a nuestras predecesoras con su pañuelo y el balde en la cabeza volviendo de lavar de la fuente, con sus manos rojas por el frío.
Se me pone la carne de gallina sólo de pensarlo. En eso hemos mejorado mucho. En cambio aún nos quejamos y protestamos por cualquier contratiempo. Somos muy afortunados. También por tener como modelos de vida a estas gentes sencillas que eran felices en condiciones más dificiles.
Por cierto, yo no me acuerdo de ese viaje en carro.
Pues sí, somos afortunados. El viaje lo hiciste, pero eras muy pequeña, jajaja
Y eso que tienes una memoria prodigiosa! !!
Seguro que no fue u paseo muy agradable y tu cerebro ha preferido ahorrarte el recuerdo 😁😁
O no fue tan mal y no le impresionó demasiado, jeje
Hola, soy de Torrubia de Soria, has hecho un artículo sobre el invierno tal y como yo la recuerdo en mi infancia. Nací en 1960 y recuerdo a mi madre y a mi tía ir al lavadero y tener que romper el hielo para poder lavar, a mis hermanas mayores ir al colegio, por una camino estrecho entre la nieve, con una lata con ascuas para calentarse un poco durante la mañana ya que hasta la tarde no entraba el sol por las ventanas. Los hombres se juntaban en la fragua para pasar el rato con mi padre y calentarse de paso. ¡¡Qué recuerdos¡¡
Muchas gracias por tus aportaciones José Carlos. La idea es que los artículos se vean enriquecidos y completados con las experiencias de los lectores. Un abrazo
Yo recuerdo que, al ir a la escuela, todos los críos cogiamos carrerilla para cruzar lo más rápido posible el camino Ciria, porque allí nos esperaba el cierzo sin ninguna misericordia 😀
Es que esa puerta siempre ha estado abierta, jeje
El abuelo de Cristina Romea tenía que hacer camino en la nieve con una pala para que su madre y sus tí@s pudiesen ir a la escuela, según le cuenta su tía
Gracias una vez más Carlos.
Aporto un recuerdo que repito a mis hijas cada otoño, en el primer viaje que hacemos de Zaragoza al pueblo cuando ya comienza a apretar el frío. Y es el olor que impregna las calles del pueblo cuando en las casas comienzan a encender las estufas de leña. Cada otoño hay menos casas abiertas, y por tanto menos estufas de leña encendidas (también porque muchas de ellas han sido sustituidas por estufas de gasoil, eléctricas, de butano o por bombas de calor), pero ya ver desde la carretera algunas chimeneas humeantes y al bajar del coche respirar ese aire fresco y puro con esos matices del olor de la leña que arde para calentar las casas, de la leña que viene de la poda de los árboles frutales que todavía sostienen un poco la economía local, me lleva de nuevo a recordar mi feliz infancia en Sabiñán. Y entonces, cuando mis hijas comprueban que avanzo por la calle con los ojos cerrados y adivinan una medio sonrisa en mi cara, ya saben en qué estoy pensando.
En casa teníamos una de estas estufas de leña en la cocina, que estaba conectada al comedor por una puerta ancha que siempre estaba abierta, así que eran las dos únicas salas de la casa que, durante el día, estaban calientes en invierno. Recuerdo que cuando entraba en el baño veía el vaho de mi propia respiración, y el momento de ir a la cama era una carrera contrarreloj para ponerme el pijama y meterme en la cama bajo tres mantas.
Sobre la tapa de la estufa siempre había una sopera con agua, venía muy bien: para cocinar, para calentar las camas con bolsas por las noches, para humidificar la cocina y el comedor.
La leña provenía de la poda de los perales, los albaricoques o cualquier otro árbol que unas semanas antes había sido descargado de madera, dejándolo listo para que en la primavera siguiente diera fuertes y abundantes flores. Las ramas pequeñas se recogían y se amontonaban para quemarlas en el propio campo. Las ramas más grandes se troceaban con la motosierra en el tamaño adecuado para la estufa, se llevaban a casa en el remolque y se acopiaban en el corral, para ir subiéndola poco a poco a la estufa de la cocina.
Aaaaaayyyyy … hace casi cuarenta años de eso … y otra vez acabo de cerrar los ojos y estoy sonriendo.
Muchas gracias a ti Jose, como siempre, por tus estupendas y detalladas aportaciones. Un fuerte abrazo